viernes, 21 de octubre de 2011

Un hombre

Lo abrace por la espalda y lo arrastre fuera del camino, hacia un arbusto. Revise su herida y supe que había sido asesinado por un Meca. La quemadura en su pecho era característica de ellos. Limpié con la manga de mi abrigo su rostro manchado de barro. Luego hice una breve oración a Los Poderes del Cielo para que lo resguarden en su camino hacia el nuevo mundo y acercándome a su rostro, pronuncié las palabras de despedida. Entonces recordé que fue el quien me las había enseñado. Me dijo que había pasado su niñez al lado de un hermano del Libro y que por eso sabía tanto sobre ritos antiguos. Sentí como la tristeza se apoderaba de mi ser lentamente, entonces me puse de pié, voltee la mirada y corrí hacia mi tienda sin tratar de sentir. Me obligue a pensar solo en la pala que debía encontrar para enterrar a Nicos.

Hay días en los que simplemente todo sale mal, y la vida parece burlarse de ti deliberadamente. No tuve que entrar a buscar nada, la pala estaba apoyada en la entrada de la tienda. Empecé a reír con amargura.

-         Icno. –gritó Andreia detrás mío.

Vino corriendo y se abrazo fuerte mente a mí. Su rostro estaba empapado en lágrimas, tan distinto al mío, el cual permanecía seco de tristezas. Sentí vergüenza por no ser capaz de llorar como lo hacía ella.

-         Enterrémoslos y larguémonos de aquí. Este sitio ya no es seguro. –dije.
-         Lo siento mucho. –me dijo ella con el rostro hundido en mi pecho.
-         Los enterraremos juntos.

Ella se puso a llorar desesperadamente.

-         Se lo han llevado. El señor Fucol dice que se lo llevaron.
-         ¿A tu padre? –pregunté extrañado.
-           Si y no es el único que lo vio. Varios lo vieron. Dicen que no fueron doce, sino solo cinco, solo cinco Jinetes.
-         ¿Pero y las luces? Andreia, eran muchos más, por lo menos doce, tú vistes las luces igual que yo.
-         Lo se, pero no entraron todos, al parecer se quedaron en el camino. Dicen que tenían prisa. No se molestaron en eliminarlos Icno, solo a quienes se ponían en su camino. Se llevaron a mi padre. –fue lo último que dijo antes de desplomarse.

La sacudí fuertemente para despertarla. Ella apenas reaccionó. La recosté sobre mi tienda  y le di a beber un poco de agua. Luego yo tome otro poco.

-         ¿Estas mejor? –pregunté.
-         Si, gracias. Icno tienes razón debemos irnos.
-         Si. Solo déjame ocuparme de Nicos y partiremos de inmediato, le avisaremos a Renan que organice todo.
-         No Icno, no hacia el Norte. Vamos hacia Poniente. Voy a buscar a mi padre.
-         ¿Estas loca? ¿Quieres ir a morir hacia Poniente?
-         ¿Quieres que me quede aquí sin hacer nada? Es mi padre Icno.
-         ¿Pero que posibilidades tienes? ¿Que posibilidades tiene el? Nadie las tiene ante los Jinetes.
-         ¿Acaso no me escuchaste? Se lo llevaron. ¿Cuantas veces has visto que un Jinete se lleve a alguien en vez de matarlo?

Andreia tenía razón. No había caído en la cuenta de lo extraño que era todo esto. Jamás vi a un Meca interesado en la vida de un humano como para hacerlo su prisionero. Todo es raro, el que solo hayan sido cinco y los demás se mantuvieran al margen. El solo hecho de haber encontrado a más de la mitad del campamento con vida es algo tan insólito como el que se hayan llevado a Alderán.

-         ¿Sabes que irías a que te maten?
-         Lo se. –contestó ella. Pero no tengo otra opción, es mi padre.
-         Jamás podremos alcanzarlos.
-         ¿Me vas a ayudar?
-         No. Es inútil, no dejare que te vayas.
-         Lo siento pero es mi decisión.

Ella se trató de incorporar pero la cogí de los brazos y la mantuve contra el piso. Empezó a escupirme e insultarme. Clavaba sus uñas en mis brazos, pero yo seguía presionándola contra el suelo firmemente. No estaba dispuesto a que se fuera, menos de esa forma, a que muriera inútilmente por el camino o si llegaba a tener suerte y los alcanzaba, a que muriera asesinada por los Jinetes.

Entonces el Señor Fucol se asomó a la entrada de la tienda, yo volteé y Andreia aprovecho para darme una bofetada y safarse de mí.

-         Mi niña, aquí hay alguien que quiere verla. –dijo el anciano.
-         ¿Quien? –preguntó Andreia igual de extrañada que yo.
-         Dice que necesita hablar con la hija de Alderán.

Nos pusimos de pié y haciéndose a un lado, el Señor Fucol le dio paso a un hombre alto. Estaba vestido de cuero negro, desde la cabeza hasta los pies, con una capa larga que le cubría todo el cuerpo y una capucha holgada que no me permitía ver su rostro tapado hasta la nariz.

- Creo que es un Guerrero Sagrado. –dijo Fucol.


martes, 4 de octubre de 2011

Adiós

El corazón me latía fuertemente. Me parecía escuchar no solo el mío sino también el de Andreia quien estaba agotada por el esfuerzo. Nuestro campamento estaba ubicado en las faldas de un pequeño cerro que tenía cavidades grandes donde podíamos obtener un buen refugió e instalarnos debidamente para defendernos de cualquier inconveniente. Además habíamos montado guardia en la cima del cerro para tener una mejor vista.

Sabíamos  que la gran campana a la que llamábamos Spondylus solo era tocada en casos de extrema urgencia, de ataques al campamento. Y sabíamos que las luces violetas venidas de oriente eran el enemigo. Eran los Jinetes.

Ese era el nombre de los hombres sin alma, también llamados Mecas. Su misión era perseguirnos y darnos muerte porque nosotros éramos rebeldes que no aceptaban vivir en el Nuevo Mundo. Todo aquel que no viviera en las grandes Metrópolis de la nueva tierra, era cazado como alguna vez fueron cazados los animales.

Trepábamos lentamente uno de los lados del cerro, un poco por el cansancio y otro poco por el miedo a lo que fuéramos a encontrar.  Sin embargo no habíamos divisado humo proveniente del campamento. Eso nos alentaba.

Cuando logramos bordear el cerro, nuestros mayores temores se hicieron realidad.
Hombres y mujeres iban y venían como hormigas. Pude ver un par de personas tendidas en el suelo y supe que estaban muertos. Sin embargo no se parecía en nada a lo que realmente era un ataque de los Jinetes.

Andreia soltó un gemido de dolor al ver el campamento. Empezó a arrastrase cuesta abajo sin importarle nada. Yo me quedé muy quieto. Algo no encajaba, no estaba bien. Durante mi corta vida había vivido varios saqueos de campamentos vecinos y me había salvado dos veces de los Jinetes. Ellos no dejaban nada a su paso y sin embargo la gente del campamento estaba viva. Corrían desesperados de un sitio a otro buscando ayuda para los heridos o tratando de encontrar a sus muertos  pero el hecho era que había supervivientes.  Muchos más de los que generalmente sobreviven.

De  pronto recordé la voz de Nicos,  su amable sonrisa siempre presente en su rostro, su despreocupación por los temas serios de la vida, su gran bondad al cederme todas las noches el lugar más cercano al fuego de la estufa. Mi hermano, mi quinto hermano. Me quede muy quieto. Terriblemente quieto. No quería sentir, no quería pensar, no quería admitir que fue a el a quien vi primero entre todos, tendido en el piso. Inmóvil por siempre.

Ya no tenía lágrimas, las últimas se me fueron en mi balsa rota, mientras abrazaba a Andreia. Solo pude cerrar los ojos y sin pensarlo me puse a cantar.