lunes, 21 de noviembre de 2011

Hombres del Norte

-          No soy un caballero sagrado. –dijo el hombre de negro.
-          ¿Quien es usted? –preguntó Andreia mientras tensaba su mano contra la mía.
-          Mi dicen Rey. He venido en búsqueda de tu padre y he llegado tarde. Es muy difícil seguirle los pasos a los jinetes.
-          ¿Que quiere aquí? –pregunté yo.
-          Una pregunta más útil, eso esta mejor. Tu padre conserva información muy valiosa para mi y mis amigos, así como para mis enemigos. Debemos irnos. Los jinetes no se detuvieron a eliminarlos porque nosotros les pisábamos los talones, pero estén seguros que enviarán por más ahora que conocen su rastro.
-          No entiendo. –dijo Andreia. ¿Quienes son ustedes? ¿De que información estas hablando?
-          Será mejor que me acompañen afuera. Así lo entenderán mejor.

El hombre de negro dio media vuelta y nos hizo un gesto para que saliéramos de la tienda. El señor Fucol estaba impresionado, con la cara como si hubiera visto un fantasma. El nos seguía atónito con la mirada.

Una vez fuera de la tienda nuestra sorpresa fue mayor al ver a tres hombres de las mismas características que Rey. Todos encapuchados y cubiertos de cuero negro. Pero lo que más nos sorprendió fue verlos montados en cuatro grandes caballos negros. Pocas veces en nuestra vida habíamos visto más animales que los que teníamos en el campamento para alimentarnos muy de vez en cuando. Los caballos eran animales del mundo antiguo, de los cuales había escuchado en relatos y que veía de niño en un cuaderno lleno de recortes sobre artículos de hace cientos de años que Lavana, una de mis madres nos leía por las tardes antes de la última comida del día.

-          Son caballos. –dijo Fucol. Ustedes son guerreros sagrados.
-          Son caballos pero nosotros no somos guerreros sagrados. Los guerreros sagrados están todos muertos. Nuestros caballos son más reales que sus ilusiones sobre los guerreros sagrados que vendrán a salvarlos de esta miseria. E igual de reales somos nosotros.
-          ¿Porque se llevaron a mi padre? ¿Que quieren ustedes de nosotros?

En ese momento uno de los encapuchados bajó del caballo y dirigiéndose con premura hacia Andreia le dijo mientras se tiraba la capucha hacía atrás:

-          Me llamo Escribano y estoy a cargo de este pequeño grupo. Hemos venido persiguiendo a los Jinetes desde los grandes cabos. Somos treinta hombres en total, todos nos esperan en las afueras de este refugio, están cuidando el camino hacia el Norte. Allí nos dirigimos. Tu padre es coleccionista de objetos del mundo antiguo. Su familia fue muy importante y grande en algún tiempo, cuando los nombres valían algo aun. Creemos que el tiene información importante sobre el mundo antiguo que tanto los Jinetes como nosotros consideramos de valor. Ellos se llevaron a tu padre porque creen que la información que el posee les será de ayuda. Nosotros no lo queremos a el. Necesitamos sus cosas.
-          Pensé que perseguirían a los Jinetes hasta encontrar a mi padre. ¿Quienes son ustedes?
-          Hombres del Norte. Puede que ustedes nos conozcan mejor como Los Espectros de la noche.
-          Eso es una leyenda. –grité yo.
-          ¿Igual que nuestros caballos, verdad?
-          Ustedes desconocen muchas cosas. –intervino Rey.
-          Dijiste que venias en búsqueda de mi padre, pero que los jinetes fueron más rápidos. Pensé que te importaba el, no sus cosas. –dijo Andreia.
-          Me importa tu padre y lo que le pueda suceder, pero no todos aquí compartimos las mismas ideas necesariamente. –respondió Rey.

Escribano y Rey intercambiaron miradas rápidamente. Se notaba una cierta tensión entre ellos dos. Luego Rey asintió levemente y dirigiéndose a Andreia le dijo:

-          No podemos demorar. Ellos estarán dispuestos a que yo te lleve conmigo solo si nos entregas todas las cosas del mundo antiguo que posee tu padre. Todas. ¿Entendiste?
-          De ninguna manera, es lo más preciado que mi padre…
-          ¡Entiende! –gritó Rey. Ellos están pidiendo amablemente pero no han venido a salvar a nadie. Con o sin tu padre han venido a tomar lo que les interesa. Tu campamento esta perdido. Pronto vendrán los Jinetes y no quedará nada. Te ofrezco venir conmigo y salvarte la vida.
-          ¿Y los demás?

Rey negó con la cabeza y Escribano emitió un quejido de impaciencia. Se volvió a montar en su gran caballo negro y ordenó.

-         Busquen en la tienda de Alderán. Luego registren todo el campamento.
-          ¡No! No se llevarán nada. Son las cosas de mi padre. Fucol avísales a todos que vengan de inmediato. No dejaremos que se lleven nada.

Antes que el viejo Fucol tratara de mover alguno de sus oxidados huesos los tres hombres de negro ya habían desenvainado unas hermosas hojas de metal. Eran espadas brillantes de un color azul fluorescente. Luego Rey a pesar suyo desenvainó su espada y colocándola a centímetros de mí y Andreia dijo:

-         Tu pueblo morirá antes de que se ponga nuevamente el sol. No hagas que sus pocas horas de vida se conviertan en minutos. Se inteligente.
-          Llévenselo todo. Fucol dile a la gente que coja sus cosas y partan por separado, que se dispersen por familias, así será más difícil que los Jinetes los encuentren a todos. No pierdas tiempo, anda diles…anda ya. –gritó Andreia.
-          Si mi niña. Voy.

Andreia me cogió de la mano y volteó hacia Escribano. Le dijo que buscara debajo de su tienda, que allí su padre siempre enterraba un cofre que llevaba consigo a donde fuera. Me extendió su mano y comprendí que me pedía que le entregara el manuscrito que me dio en el bosque. Sentí que habían pasado años desde entonces, que nuestras vidas habían recorrido un camino largo en poco tiempo. Saque del bolsillo de mi abrigo el manuscrito que ella me había dado y se lo entregue. Ella me devolvió el gesto con una pequeña sonrisa y volviéndose hacia Rey le entregó el manuscrito y le dijo:

-         Nos iremos contigo. Los dos.

Rey asintió con la cabeza. 



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